Me preguntan con frecuencia sobre el nacionalismo, especialmente sobre los nacionalismos más estridentes en España, el vasco y el catalán (el nacionalismo español es aún más estridente, pero sobre ése casi no me preguntan), y por el nacionalismo mexicano, tan frecuentemente expresado en la forma de patrioterismo y xenofobia, y por qué creo que el nacionalismo es de derecha por definición.
El nacionalismo es una forma del gregarismo humano, que es a su vez un sentimiento indispensable para sobrevivir. Individualmente, el entorno nos puede comer con facilidad, matarnos de frío, anularnos. Solos somos débiles, vulnerables, primates temerosos salvo muy contadas excepciones. Históricamente, el ser humano sólo se entiende en grupo: caza en grupo, defiende a sus crías en grupo, decide en grupo y acumula y transmite conocimiento en grupo.
El problema es que esa conciencia de nuestro grupo, de "nosotros", implica con frecuencia como elemento definitorio a "ellos", "los otros", la tribu de aquel lado del río, el reino de junto, la gente del otro edificio, los individuos de color desusado, los que vienen de detrás de las montañas, los que le rezan a dioses sospechosos, los que hablan raro, etc. Facilita la definición de nuestro grupo por exclusión, por lo que queda fuera: "nosotros" somos los que no son "los otros".
Este tribalismo es comprensible a ciertos niveles, inevitable a veces, pero lamentable cuando va más allá del chiste, el júbilo deportivo o la pasión por la música y los disfraces (perdón, trajes regionales) de nuestra infancia o juventud y se convierte en motivo de acción política excluyente y de odio en nombre de un trapo (digo, una bandera), una canción militar mala (digo, el himno nacional) y un orgullo definido porque ellos hablan raro y además creen que hablamos raro (digo, el orgullo del idioma nacional).
Pero como tantas tonterías del pasado, estorba.
Todos experimentamos ese gregarismo porque es una forma cálida de la lírica: los héroes del pasado soñaron un futuro mejor para nosotros sin conocernos; somos agradecidos porque nuestra tribu no nos mató al nacer y nos dio idioma, educación, forma de ser; nos guste o no nuestra cultura es bastante definitoria, al menos como punto de partida para buscar el cosmopolitismo o la universalidad.
Carl Sagan con la sonda marciana Viking. (Foto DP de la Nasa, vía Wikimedia Commons) |
Sí, en un pasado lejano o en condiciones extremas, es posible que el usufructo de recursos de "los otros" nos pusiera en peligro de hambruna, de ser devorados por depredadores, de perder cobijo y morir de frío, y esto fortalecía al gregarismo. Y si bien es parte de nosotros mismos, culturalmente nuestra obligación es evitar que sobrepase ciertos límites, como lo hacemos con otras partes de nosotros mismos, como la tendencia a la violencia o el miedo irracional. Está muy bien tener un equipo de fútbol y desear que gane y venza a "los otros" y gritar un gol y saltar como monos de película cuando ganamos una copa o algún otro símbolo sin valor intrínseco y que realmente no nos da nada a nosotros... pero esto no debe implicar también romperle la crisma a los otros, a los partidarios del equipo vencido, matarlos o violar a sus mujeres y comernos a sus hijos.
Ese cambio es la civilización, la revolución en la evolución que iniciaron especies anteriores a la nuestra. Por ello nuestra sociedad no sólo es de recursos materiales. Es fundamentalmente de conocimiento, sin el cual no podemos operar efectivamente sobre los recursos (minería, agricultura, transporte).
El conocimiento tiene dos características singulares que no estaban en el guión original de la vida. Primero que nada que, a diferencia de las manzanas, el sílex o los autos deportivos, el conocimiento se multiplica al compartirlo. Y, segundo, el conocimiento multiplica los satisfactores: con mejor conocimiento, el número de zapatos y los kilos de arroz, los hectolitros de agua potable y los archivos MP3 son mayores que en estado de ignorancia y mientras más gente tenga conocimiento, más multiplicará los satisfactores, y encontrará nuevas y mejores formas de obtenerlos.
Pero en tiempos de crisis, la idea tribal resurge con fuerza porque es la más fácil coartada para el demagogo. Si faltan satisfactores (comida, crédito, empleo, escuela) buscamos culpables, buscamos a "los otros" responsables de nuestra desgracia. Y resurge el peor rostro del tribalismo primigenio: los inmigrantes nos quitan el trabajo, los vecinos se aprovechan de nosotros, el otro nos roba, los políticos se confabulan contra nosotros (todo esto puede tener alguna dosis de verdad, pero no es la verdad completa ni mucho menos), la culpa de todo la tienen los alemanes (rusos, estadounidenses, franceses, chinos, urdus)... estaríamos mejor decidiendo por nosotros mismos y sin pensar en ellos qué queremos hacer (entendido ese "nosotros" como otra construcción tan arbitraria como cualquier otra). Si nos separamos de ellos (o los matamos, o los expulsamos, o los esclavizamos) todo se resolverá.
(El nacionalismo nunca ha sido una solución, siempre ha sido un problema, por cierto.)
Y éste es el discurso más propio de la derecha, el más básico, el más brutal. El de Hitler en la Alemania arruinada por el Tratado de Versalles que condena como culpables de sus males a todos los "otros", los de adentro (discapacitados, comunistas, homosexuales, miembros de religiones desusadas, judíos) y los de afuera (polacos, checos, franceses, ingleses). El discurso de los neonazis griegos machacando inmigrantes y golpeando a políticos con toda impunidad. El de los políticos del PP que excluyen a los inmigrantes de "nuestra" sanidad como si ello realmente significara más aspirinas para todos (cuando lo demostrable es precisamente lo contrario, se pone en peligro la salud de todos, inmigrantes o "cristianos viejos"). El de los militantes del 15M que hacen un movimiento de "todos" excepto una lista impresionantemente larga y diversa de personas y colectivos (militantes de partidos tradicionales, disidentes, empresarios, políticos, pensadores independientes, etc.) donde los de afuera acabaron siendo más que los "todos" de adentro.
¿Izquierda nacionalista?
Si el progreso se beneficia de la unión de más grupos humanos formando colectivos más amplios, más diversos y por ende más fuertes, lo mismo se puede decir del esfuerzo político por conseguir una sociedad más igualitaria.
El sindicato es la forma que han encontrado los trabajadores de no negociar inevitablemente desde una posición de debilidad, por ejemplo. Un trabajador sentado ante el representante de Recursos Humanos de una empresa (incluso la empresa más consciente, noble y justa que podamos imaginar) es infinitamente más débil que un representante de 250 trabajadores, que es fuerte y puede negociar.
Y una federación de sindicatos es más fuerte que los sindicatos solos.
La democracia es la fuerza de los números, ni más ni menos.
La izquierda ha planteado precisamente que las subdivisiones entre seres humanos son arbitrarias, empobrecedoras, injustas y debilitantes (y la ciencia poco a poco va validando esta idea: no hay razas, no hay "estirpes superiores", no hay inferioridad por nacionalidad, origen étnico, género, preferencias sexuales, religión y etcétera). Todos los seres humanos son diferentes pero iguales, todos merecen los mismos derechos, las mismas oportunidades y las mismas libertades incluso pese a las desigualdades que inevitablemente van a surgir, por méritos, por vocaciones o por cualquier otro motivo. La izquierda rechaza los privilegios hereditarios, las monarquías y los esquemas nobiliarios.
Inevitablemente, entonces, la izquierda es internacionalista, porque su solidaridad y convicciones no se detienen en las fronteras y entiende que las diferencias entre las naciones son accidentales (como la cultura o el idioma) o producto de injusticias que deben solventarse.
El nacionalismo, sin embargo, parte necesariamente de la base de que los valores propios son intrínsecamente superiores, mejores, preferibles, más bonitos que otros, y merecen un trato de privilegio mientras que los valores del otro son menores, despreciables y malévolos. El nacionalismo implica creer que el que nace de aquel lado de una línea arbitraria e imaginaria trazada sobre la tierra no merece lo mismo que los que nacen de este lado, que merecen privilegios especiales porque son de "nuestra" nación, y que no deben tomar en cuenta a "ellos", a "los otros" en sus decisiones y accionar porque son "extranjeros", de otra nación, adversarios y competidores.
Que una persona pueda mantener al mismo tiempo una posición de izquierda y llamarse nacionalista me parece una disonancia cognitiva de primer orden, cuando menos.
Al final, y atengámonos a los ejemplos que podemos ver en la historia y en lo cotidiano, esa supuesta "izquierda nacionalista" siempre termina apropiándose de todo el imaginario xenofóbico so pretexto de la "autodeterminación de los pueblos" (con una raya en el agua decidiendo, por alguna característica arbitraria como si se habla o no de cierta manera, dónde termina "su" pueblo y dónde comienza "el otro" odiado pueblo, que ya se puede morir de hambre si quiere). Es una izquierda que sí, busca un mejor futuro, quizá incluso con una economía más o menos socializada, un estado de bienestar, una sociedad justa y justiciera, pero sólo para los que tengan la suerte de quedar de este lado de la raya... cosa que parece lo contrario al solidarismo, el internacionalismo y la justicia que deberían caracterizar a la izquierda.
Los trabajadores y los progresistas divididos por fronteras y enfrentados por banderas tienen menos probabilidades de hacer efectivas sus reivindicaciones que si luchan unidos.
Independentismo y nacionalismo
En el caso de España, ante el secuestro de la nación y su necesaria simbología por parte de los vencedores de la Guerra Civil, que identificaron al nacionalismo español con el fascismo, el refugio natural del gregarismo fue la provincia o la comunidad autónoma, formando nacionalismos menos numerosos pero igualmente capaces de rechazar lo ajeno como inferior, y por ello igualmente lamentables. Aunque decir que el facha de "Viva España" y el pretenso izquierdista de "Visca Cataluny" o "Gora Euskadi" o "Asturies ye nación" son indistinguibles es políticamente muy incorrecto.
Pero incluso ese nacionalismo no justifica el independentismo, que es un asunto diferente. El independentismo es una reacción natural cuando existe una situación objetiva en la que un grupo (nacional, lingüístico, religioso, regional) está sometido a una dependencia política, opresión y control respecto de otro, en cuyas instancias de gobierno no tiene representatividad y donde generalmente hay una transferencia de recursos unívoca del colonizado al colonizador.
Obviamente, cuando los habitantes de una nación están siendo objetivamente oprimidos, la independencia es un deber y es defensible.
El problema es cuando el nacionalismo se inventa una situación colonial sin que se den las condiciones objetivas de la misma, sustentada en un discurso propagandístico de confusión de conceptos para justificar una lucha basada en la subjetividad nacionalista excluyente, de desprecio y odio al otro.
Pero ninguna población de la Europa opulenta está en la situación, digamos, de América Latina, África o el Sudeste asiático en sus épocas coloniales, o de los kurdos en Iraq, o que los armenios en la Turquía de 1915.
Los catalanes independentistas pueden aducir motivos económicos fácilmente rebatibles, pero el tema de su independentismo es principalmente de nacionalismos, de "yo no soy como mi vecino del otro lado de esta raya imaginaria donde acaba Cataluña" y del establecimiento de su "nosotros" en función de un "ellos" despreciable, malévolo, abusón, injusto, feo, vulgar y tonto. Y la promesa demagógica de que sin el lastre de los 40 millones de malvados españoles, podremos brillar de modo rico, bondadoso, amable, justo, guapo, elitista e inteligente, que es como realmente somos "nosotros". Y habrá ríos de leche y miel, y nuestros hijos serán más bonitos y no habrá criminalidad y nuestra economía florecerá por siempre jamás.
Lo cual no es cierto.
Hace un año di una charla en Barcelona y luego pasé una larga cena y toda la noche conversando con un grupo de lo más diverso: un líder del Partido Pirata, un par de marxistas leninistas modelo 1917 en el paquete sin abrir, nacionalistas catalanes de izquierda y otras buenas, buenas personas, aclaro. Cuando me hablaron de las naciones catalanas, me atreví a preguntar si el proyecto era que Girona, Lleida, Tarragona y Barcelona formaran cuatro países independientes. Me miraron sorprendidos. No, explicaron, por supuesto que no, la identidad catalana se debe mantener, no se puede romper Cataluña, eso de hacer cuatro países (o seis, hay versiones contradictorias) sería absurdo, debilitaría a Cataluña y no le convendría a nadie. Insistí: ¿qué pasaría si los tarraconenses pidieran una consulta para escindirse de Cataluña? Me dijeron que no podía pasar.
Como es gente inteligente entendieron que se habían pillado los dedos en la ratonera y creo que pasamos a hablar de rock.
Creo que quien, a partir del estado nacional, quiera volver a un colectivo más pequeño es forzosamente reaccionario, está en pugna con todos los que no pertenecemos a lo que concibe como su cultura/raza/idioma/religión superior y acaba siendo enemigo de la fuerza colectiva, sirviendo a quien prefiere vernos divididos.
"Calle sin odio" en Antwerp, Bélgica, como parte de una campaña antixenófoba en 2006. (Foto D.P. Wasily vía Wikimedia Commons) |
Ser enemigo de los mitos nacionalistas no implica buscar anular las identidades y pluralidad de los grupos humanos. Sería una tarea titánica. Pero sí se puede promover la integración de las distintas identidades en una identidad superior, sumar en vez de sustituir. El antinacionalismo no exige que nadie deje de sentirse como se siente, sólo busca que esa identidad básica se amplíe generosamente lo más posible: soy vasco o asturiano o gallego como punto de partida, pero soy español pero soy europeo pero soy humano. Y, de paso, lo mejor de todas las culturas me pertenece. No me puedo excluir de la pintura francesa por no ser francés, ni del blues del Mississippi por no ser estadounidense, negro y del sur.
Si Tsiolkovsky dijo, para argumentar en favor de los viajes espaciales, que la Tierra era la cuna del ser humano, pero el hombre no puede vivir para siempre en la cuna, lo mismo se puede decir de los regionalismos y los nacionalismos. Uno nace en su familia, su barrio, su población, su región y su nación. Pero no puede, ni debe, ni le conviene en justicia como individuo y como parte de una sociedad, quedarse allí para siempre.
La nación se basa precisamente en convicciones como "yo pertenezco aquí - yo no pertenezco allá - ellos pertenecen allá - ellos no pertenecen aquí". El antinacionalismo tiende a la destrucción de los estados nacionales en favor de una visión federal global. Yo pertenezco aquí y también en todo el mundo. No soy extranjero en ningún lugar y no veo a nadie como extranjero.
El nacionalismo es una de las más notables formas de la estupidez individual y colectiva, y la historia lo demuestra reiteradamente. Por eso me merece exactamente tan poco respeto como las religiones... finalmente porque en cierto modo es una forma de religión. Progresar hacia un mundo más justo, más equitativo y más libre exige no sólo luchar por la desaparición de los estados nacionales, sino la educación en la identidad esencial de todos los seres humanos, donde el hambre de otro valga tanto como la de uno mismo. Vamos, lo que ya dijo John Donne en el siglo XVII: "La muerte de cada hombre me disminuye porque estoy implicado en la humanidad" (any man's death diminishes me, because I am involved in mankind).