"Niño llorando a la hora del almuerzo en el comedor de la granja". Pintura de August Heyn. Vía Wikimedia Commons. |
Me explico: el socialismo democrático tiene entre sus principales pilares ideológicos la lucha contra la pobreza y contra la injusticia. Lo que algunas personas plantean es que el hecho de que el PSOE haya gobernado y sin embargo no haya acabado con la pobreza y la injusticia, y que además haya emprendido acciones que a muchas personas no les han gustado o incluso les han afectado negativamente, es suficiente para retirarle todo apoyo a los socialistas y pasarse a la derecha, al criptoleninismo, al marxismo inútil o a ese cajón cómodo y anodino de "apolítico" que es valedor de la peor derecha.
En concreto, me han preguntado (y la pregunta me asombra, tengo que reconocerlo) por qué siendo un ateo militante (y autor de un libro sobre el tema, perdonará usted la publicidad) no he actuado violentamente contra el PSOE, ya sea golpeando a sus dirigentes (cosa muy bien vista en algunos viejos partidos recién inaugurados) o al menos optando por votar por comunistas de diversos sabores o por neoliberales con coloridas máscaras variadas.
El problema primero es que no soy ni nunca fui comunista, y que no soy ni nunca fui tampoco neoliberal. Siempre he sido socialdemócrata y el único partido que en España defiende los ideales de la socialdemocracia desarrollados a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial es el PSOE. Pero además yo entiendo claramente por qué el PSOE no ha acabado con la pobreza, no ha acabado con la injusticia, no ha establecido un estado laico ni ha roto con el Vaticano y, además, ha tomado decisiones poco populares que le han valido los ataques de quienes rehuyen de toda complejidad, los maniqueos, los ideólogos del blanco y negro, los todoonadistas.
No soy muy fan de José Mújica porque me parece que tiene mucho de simulador y de asceta religioso, y su presidencia no fue todo lo que anunciaron sus incondicionales (especialmente los que en su vida pisaron suelo uruguayo). Pero una frase suya me parece llena de verdad: "La patología de la izquierda es el infantilismo. Es la confusión permanente de la ilusión con la realidad".
Resulta enormemente lamentable admitir que la izquierda, al menos en grandes sectores de personas que no participan de la política efectiva, tiene esa actitud de niño rico malcriado que no admite que no sea posible tener cuanto desean al momento. De hecho, en el fallido intento de recrear el 15M hace unos días en la Puerta del Sol, en Madrid, había un cartel que expresaba esta actitud con prístina claridad: "Lo queremos todo".
La respuesta, obviamente es: "Nosotros también, pero no se puede".
¿No se puede? Ésa es una argumentación que cae en un vacío conceptual absoluto para ciertas personas y grupos, en un agujero negro de su teoría (llamémosle así a falta de otro nombre) política.
Para que el infantilismo de las bases militantes florezca, es necesario, primero que nada, que haya una voluntad demagógica entre sus dirigentes. Es decir, como ya hemos comentado ampliamente en este blog, que haya personas con la desvergüenza política de a) decir que los problemas no son complejos, b) asegurar que las soluciones a los problemas son sencillas, c) señalar que las soluciones no se dan porque quienes han tenido el poder no han querido aplicarlas (son imbéciles, son ignorantes, son malvados, o todas las anteriores) y d) prometer que si ellas llegan al poder aplicarán de modo rápido e indoloro las sencillas soluciones que harán realidad el paraíso en la tierra.
Violines.
Claro que basta reflexionar un poco para darse cuenta de que es muy probable que esto sea un vuelo de la fantasía a cambio de votos y poco más, pero la demagogia tiene como una de sus tareas básicas impedir que sus víctimas reflexionen, lo que se consigue mediante el recurso permanente a las emociones, al entusiasmo, al símbolo, a lo cursi, incluso. Como los charlatanes de la videncia, aportan numerosos símbolos y conceptos vacíos que ya la gente se encargará de llenar con sus propias aspiraciones: "tendremos una democracia real" suena bien pero no significa nada, o significa todo: para algunos será democracia directa asamblearia, para otros será un referéndum constante, para alguno más será simplemente la derogación de la monarquía... ¿de qué está hablando el que promete "democracia real ya"? Nunca lo dice, decirlo implicaría comprometerse y quedar mal con parte de su potencial electorado.
Javier Fernández, presidente socialista de Asturias, se ha comprometido "a no decirle a la gente lo que quiere oír, sino a decirle lo que tiene que saber". Es precisamente lo contrario de lo que hace la demagogia.
Así que, se concluye, quien gobernó y no decretó el paraíso es malvado. Y seguramente no es "de izquierda" (otro concepto tan vago que para alguno es el comunismo leninista, para otro la anarquía bakuniniana, para alguno el liberalismo social de Obama y para otros quemar contenedores y patear policías). Y quien así piensa (permítaseme la figura de lenguaje) se puede sentar muy contento a sentirse víctima de quien "lo traicionó".
El exarzobispo de Madrid, cardenal y prelado ultraconservador Antonio María Rouco Varela. (Imagen CC vía Wikimedia Commons) |
He comentado cómo la modificación al artículo 135 no sólo es distinta a lo que se ha relatado a la gente sino que salvó a España de la intervención y, esto nadie lo cuenta, no entra en vigor sino hasta el 2020. Puedo relatar también que la agilización de los desahucios por parte del gobierno del PSOE abordó el problema de los inquilinos morosos profesionales, gente que alquilaba inmuebles, no pagaba y vivía años gratis porque el proceso judicial para recuperar el inmueble era de una lentitud agobiante. Como la enorme mayoría de caseros de este país son particulares y tienen su piso como única fuente de ingresos, eran terriblemente victimizados por una legislación absurda que fue la que se cambió: la legislación de desahucios por morosidad de alquiler, nada que ver con los desahucios hipotecarios, repito. Y también puedo señalar cómo la reforma laboral de Zapatero en 2010 tenía por objeto parar la oleada de despidos y el crecimiento desbocado del paro. Y al mismo tiempo se amplió la ayuda de 428 euros para los parados sin prestaciones. Se hizo para tratar de evitar el cierre o fuga de empresas ofreciendo alternativas al despido... alternativas no agradables, pero mucho mejores que el despido y cierre de las empresas. Eran medidas desagradables, pero la opción, no hacer nada, era aún peor.
Eso es lo que no suele contar la izquierda regresiva y manipuladora, que no tiene el valor de decir que los problemas son complejos, que las soluciones siempre serán insuficientes, que el camino es difícil y que los frutos que se obtendrán no serán perfectos, de modo que hace demagogia de derecha diciendo lo opuesto.
Lo mismo pasa con el problema del laicismo y la iglesia católica en España.
En la Casa del Pueblo de Avilés, impartiendo el taller de laicismo para Juventudes Socialistas de Asturias. |
El primer punto es que, de todo un programa electoral, los partidos convertidos en gobierno se ven en la necesidad de establecer prioridades. Es decir, por sinceros que sean en la expresión de sus ideales y deseos y proyectos para el país, no se puede hacer todo al mismo tiempo y menos el primer día de legislatura, y por tanto hay que hacer las cosas en orden regidos por elementos absolutamente rígidos como qué es más urgente, qué es económicamente viable aquí y ahora, qué es políticamente posible y tiene el apoyo de las mayorías.
Y es que cuando un partido gana elecciones, no puede ni debe asumir que todos sus votantes están de acuerdo con absolutamente todo su programa, proyecto o ideario.
Claro que a muchos partidos eso les da igual. Tienen el poder y no tienen interés en matizar. Yo, personalmente, prefiero a un partido capaz de matizar. Y en el caso de la relación con la iglesia y la religión hay elementos que no se pueden pasar por alto: hay muchos militantes socialistas que son religiosos, mayoritariamente católicos, y lo mismo pasa con muchos de sus votantes. De otra parte está la capacidad movilizadora de la iglesia y su innegable poder político y económico. Y están los ordenamientos supranacionales a los que todo gobierno debe atenerse so pena de ser excluido de la comunidad internacional en la que vive y comercia.
Traducción: no se puede actuar contra los militantes y votantes, las acciones se deben emprender de tal manera que eviten las movilizaciones de la iglesia y sus grupos, y no es tan fácil, por ejemplo, cancelar el concordato (que es un instrumento con valor jurídico internacional) de modo unilateral, porque el resto del mundo se preguntaría, claro, cuál será el siguiente tratado internacional que nos vamos a ventilar.
Todo gobierno de izquierdas actuará en contra de las religiones, por principio. En nuestro caso contra la iglesia católica, sobre todo. Como señalé en el taller al que enlazo arriba, la iglesia pretende opinar (e imponer su visión) en asuntos de vida y muerte, gravísimos y muy relevantes para la sociedad: divorcio, homosexualidad, anticoncepción, matrimonio igualitario, derecho al aborto, muerte digna... Y, digan lo que digan los infantilistas que se quedan en su capricho, sin duda es más conveniente para la sociedad --y respetuoso de los principios socialistas-- gastar el capital político de un gobierno de izquierda en una legislación más progresista sobre el aborto, en el matrimonio igualitario, en la muerte digna, en la defensa de la anticoncepción y otros asuntos, sí, de vida y muerte, porque su resolución representa un mucho mayor beneficio social que otras acciones que son también parte de las propuestas del partido, como el fin de los conciertos educativos o la renegociación del concordato, pero que son menos urgentes, ofrecen menos beneficios evidentes y necesitan un consenso mayor. Los cambios constitucionales, por ejemplo, según la propia constitución, requieren de mayorías de hasta 3/5 partes de los legisladores, así que aún con mayoría absoluta no siempre es posible hacerlos, por mucho que los subraye el programa político del partido a cargo.
El gradualismo es indispensable. Yo proponía, por ejemplo, comenzar a aplicar impuestos a algunos inmuebles propiedad de la iglesia católica, que sigue siendo una de las más grandes terratenientes de este país, pero no a los templos, porque si uno empieza diciendo que se le va a cobrar impuesto sobre bienes inmobiliarios a la catedral de Sevilla, sus propios votantes lo van a poner a caldo y la jerarquía se va a lanzar a derrocarnos.
Es necesario, entonces, haber vivido en una cueva con la entrada obturada con una piedra hermética para decir que los gobiernos socialistas no han actuado contra la iglesia. No han hecho todo, cierto, este "todo" del infantilismo. Porque no se puede hacer todo. Pero lo que han hecho enfrentando al poder de la iglesia en términos de repercusión en una vida mejor para la sociedad no puede despreciarse. O para despreciarlo es necesario bajar varios escalones morales. Lo que el PSOE en el gobierno ha hecho contra la posición de la iglesia es notable: divorcio, aborto, igualdad entre los sexos, respeto a las diferencias, matrimonio igualitario, respeto a las personas sexualmente diversas, que la materia de religión dejara de ser evaluable... ¿cómo es posible no verlo y cómo es posible despreciarlo cuando así se le devolvieron derechos a grandes colectivos enfrentando con éxito (no sin raspones) al poder del Vaticano?
Movilización de la iglesia católica contra el matrimonio igualitario y el presidente Zapatero. |
Y menos con quienes se proclaman de izquierda saboteando al gobierno de Zapatero con tanto o más entusiasmo que las hordas de derecha y ultraderecha. Con el entusiasmo con el que no han saboteado, por cierto, al gobierno de Rajoy.
Y es que la iglesia no es Rouco tartajeando imbecilidades. A una ruptura de las reglas por parte del gobierno puede venir otra ruptura, digamos, una huelga fiscal de los grandes empresarios católicos (claramente mayoritarios). Huelgas en los centros educativos para azuzar a los padres contra el gobierno y otras consecuencias. No se puede hacer si no se tiene la fuerza política y el apoyo de las mayorías.
Es política real, no caprichos. Es la realidad, la puta realidad, y no el reino fantástico donde se cree como niños que la voluntad política (como solía afirmar Juan Carlos Monedero, el asesor mejor pagado del planeta) basta para que haya dinero suficiente a fin de emprender un aumento de 100 mil millones de euros en el gasto anual, o donde individuos y organizaciones se pliegan dóciles a los designios de los amos o se manda a la policía a romperles la contrarrevolución a palos (cosa que ya ni en Venezuela es tan eficaz).
Uno de los jóvenes organizadores del taller me contaba que él había sido concejal en el ayuntamiento de su pueblo y, como ateo y antirreligioso, se había propuesto no asistir a festividades religiosas, pero que la presión de su comunidad fue muy intensa hasta que decidió acompañarlos en sus saraos.
Y comentábamos que, precisamente, un gobierno sensato tiene que gobernar para todos, no sólo para sus votantes, sino para quienes no le votaron (salvo que uno se adhiera a las ideas de los líderes de Podemos que afirman que para consolidar el poder es necesario polarizar a la sociedad, crear al "pueblo-nosotros" y al "antipueblo-ellos" y gobernar sobre la confrontación, no sólo política, sino violenta en las calles, a fin de que el cambio se haga irreversible; es una visión, pero personalmente me parece repugnante).
Todo esto presenta un panorama bastante más complejo que el que se percibe desde el infantilismo. La izquierda regresiva e infantilista en España poco a poco se ha ido dando de frente con esa realidad, esa puta realidad, en la que el voluntarismo y las ideas más elevadas se tropiezan con hechos reales que hacen que el hada madrina no pueda mover la varita y resolver todo. En Cádiz, en Madrid, en Barcelona, los votantes ilusionados con la cascada de promesas de los promotores del infantilismo están empezando a ser presas de la ira... ni hay empleos, ni se han detenido los desahucios, ni se han resuelto los problemas de la gente. Los milenaristas y adanistas se han dado cuenta de que si tienes 10 para gastar y tienes 20 personas que te piden 2 cada una, hagas lo que hagas acabarás con 15 personas muy molestas, más aún si les habías prometido 4.
Lo mismo ha ocurrido en Grecia. Cuando Syriza dio a conocer los 40 puntos de su programa electoral, algunos dijimos claramente que la mitad, al menos, eran absolutamente imposibles de cumplir, que eran brindis al sol, que resultaban un embuste. La agresión de la que fuimos objeto por tal osadía era previsible. Pero teníamos razón. Al final Tsipras fue víctima de la puta realidad.
Ojalá y más votantes se desprendan del infantilismo promovido por la demagogia y comprendan que la complejidad se gestiona lo mejor que se puede, no como se quiere, y dejen atrás consignas fáciles, de frases precocinadas sobre la maldad de los socialistas (que son imperfectos, eso no se discute, pero se vota para tener un gobierno, no un coro de ángeles ni un papá) y antes que preguntar "qué hay de lo mío" se presenten a decir "qué hago para ayudar con lo nuestro".
Soñar no cuesta nada.