(Los antecedentes de este comentario se pueden encontrar en la entrevista que le hizo Materia a Pablo Echenique-Robba, físico y eurodiputado electo del nuevo partido Podemos, en un artículo de Fernando Cervera en Naukas comentando dicha entrevista, en los muchos comentarios (que siguen, ya a la deriva) de ese artículo, y en la respuesta de Echenique-Robba en Materia, además de algunos intercambios en Twitter. No es razonable siquiera que intente resumir el debate y siempre hay un riesgo de que al hacerlo haga yo alguna interpretación subjetiva que eche más leña al fuego gratuitamente.)
Trofim Denisovich Lysenko |
Perdonarás que opine sin integrarme a tu partido. Supongo que te pareció muy natural limitar tus comentarios en Naukas a invitarnos a ser parte de Podemos para cambiar su programa, pero no es razonable. Y por otro lado me hiciste una invitación en Twitter.
Quiero comentarte dos cosas, como ciudadano que se dirige a un político con responsabilidades voluntariamente asumidas y obtenidas mediante votos. Primero, en un artículo en Materia hablaste de algunos (no sabemos cuántos) de quienes disienten de ti sin entrar en los argumentos que te ofrecieron, y que fueron todos, me consta, serenos, respetuosos, basados en datos y poniendo a tu alcance conocimientos que tú mismo admites no tener en ciertos temas sobre los cuales has opinado. Segundo, en Twitter hiciste varios señalamientos sobre la democracia, indicando que en tu visión, si la gente vota porque no se apliquen ciertas vacunas o si el estado debe financiar pseudomedicinas, se debe hacer sin más. Como parte de ello está el tuit que reproduzco al final.
Un grave error de cierta parte de la izquierda es la tendencia a valorar algunos fenómenos de modo emocional, despreciando los datos, hechos y cifras que los describen, dándoles una lectura torcida, basada en falsedades, exageraciones, interpretaciones sesgadas y tendenciosas pero convenientes. Pasa con los transgénicos, las vacunas, las pseudomedicinas y la quimiofobia, por ejemplo.
Aclaro que no hablo de tu partido, sino de tus palabras, las que empezaron con el prometedor título “En la izquierda a veces la gente se vuelve anticientífica” y que han ocasionado una severa respuesta por parte de un grupo animalista de tu propio partido ante tu apoyo a la experimentación animal mientras no haya una alternativa viable.
Descalificar sin responder
En tu última respuesta en Materia hablas de algunas personas que expresaron ideas divergentes de las tuyas. Por desgracia no encuentro lo que les atribuyes en ninguna de las intervenciones publicadas. Es el problema de no citar fuentes, que bien conoces. Les atribuyes la pretensión de que la ciencia ocupe el espacio de la política, como tecnócratas o científicos locos de película B. Denuncias, concretamente, la posición "de aquellos que, inocentemente, piensan que las soluciones a todos los problemas son científico-técnicas, que los conflictos de intereses no existen o no son legítimos".
Nadie expresó tal idea, ciertamente arrogante a más de inocente, ni mucho menos sugirió quitarle importancia o legitimidad a los conflictos de intereses, ni que "el bienestar de los trabajadores de Monsanto no es una variable a tener en cuenta cuando hablamos de transgénicos". Estos argumentos son hombres de paja: reelaboraciones y reinterpretaciones convenientes de los argumentos añadiendo la lectura de intenciones y posiciones filosóficas de quienes los expresaron, hablando no de lo que se dijo, sino de esa reinterpretación, esa caricatura fácil.
¿Argumentos? Yo comenté que la prohibición de transgénicos que propones tiene más posibilidades de perpetuar, no eliminar, la preeminencia de las grandes empresas que denuncias, imposibilitando la investigación y comercialización de transgénicos producidos por instituciones públicas y universidades. Un profesional del ramo, JM Mulet, mencionó el trigo sin gluten para celíacos resultado del trabajo del CSIC (donde tú investigas) y cómo acabará beneficiando a los consumidores de fuera de la UE pero no llegaría a los europeos bajo la prohibición que propones. De ello no has dicho ni una palabra.
El uso de la argucia retórica de los supuestos, fantasiosos científicos que creen saberlo todo es idéntica a la que suele emplear el relativismo posmodernista, el new age y esa izquierda anticientífica que muchos lamentamos. Presentar a quienes ofrecen datos como "fanáticos de la ciencia" que ciegamente pretenden, en tus palabras, "elevar la ciencia al status de una nueva religión, de una nueva ideología" y que además creen, lo cual ya los colocaría más allá de la estupidez "que nos ahorra la necesidad de hacer política" es retórica de lavabo, y creo que lo sabes. Llegas a sugerir que alguien (que de existir no conocería la historia del pensamiento) cree que la ciencia "no se equivoca casi nunca". No es una posición que vea yo en quienes opinaron. (Aunque, si alguien te ofrece datos sobre comercio de semillas y además cree en esa tontería o en la divinidad de Zeus, lo importante seguirían siendo sus datos.)
Sólo faltó decir, como gusta repetir cierto sacerdote (y cosmólogo) frecuente en las tertulias de la derechona: "La ciencia no puede explicar una poesía"... lo cual es cierto, pero no significa nada. Es tan vacío como decir que la escala de fa menor no explica la síntesis de proteínas.
La cienciofobia suele echar mano de esas argucias y falacias para eludir el debate de los datos, hechos, pruebas y cifras. Caes así en lo mismo que denunciabas en tu primera entrevista. Sin contar con que presentar a los disidentes como necios, extremistas, irracionales, malvados y bobos, es viejo truco, arco reflejo del político que desestima a los ciudadanos disidentes y hace a un lado sus preocupaciones con acusaciones vagas como "su crítica no es productiva".
¿Tecnocracia? No, información
Por si quedara alguna duda, nadie parece proponer que la política la hagan los científicos, ni ninguna forma de tecnocracia cocinada por Saint Simon o sus herederos. No parece una buena idea. Lo que se sugiere, de modo razonable, es que los políticos tomen posiciones con base en los mejores y más fiables datos que tengan a su disposición en cada momento.
Los datos cambian, los científicos son falibles (¡y humanos!) y el conocimiento evoluciona a diario. Eso no exime a los políticos de tenerlos en cuenta al tomar posiciones, y ajustar dichas posiciones conforme cambian. No actuar cuando no había datos sobre el calentamiento global antropogénico pudo ser una buena política entonces. Pero, cuando los datos acumulados indican que hay evidencias sólidas de una fuerte componente antropogénica en el cambio climático, seguir sin hacer nada ya no es una buena política.
El político sólo tiene esos datos, obtenidos con el mejor método que tenemos hoy (con sus defectos, problemas, imprecisiones, inexactitudes, modelos cambiantes, presiones académicas, científicos tramposos y lo que quieras, warts and all) como punto de partida de sus decisiones políticas
Por supuesto que se pueden opinar cosas muy distintas acerca de los conocimientos certeros. Pero no alterar los datos. Nos puede gustar o no que pi sea un número irracional de infinitos decimales, pero no es razonable opinar que vale 2,5 ni determinar democráticamente que vale 3,2 y legislarlo.
Gobernar contra los datos: Lysenko y Tshabalala-Msimang
Alterar o negar los datos (que no son culpa de los científicos que los describen, ni de las teorías que pretenden modelarlos) no es algo que sólo hagan los creacionistas y los posmodernos.
Cuando la opinión o la conveniencia política se ponen por delante de los hechos, el riesgo no es despreciable y pocos ejemplos mejores que el del Trofim Lysenko y la forma en que destrozó el estudio de la genética en la Unión Soviética y liquidó a sus practicantes.
Podrías argumentar, legítimamente, que nadie ha demostrado científicamente de modo incontrovertible que la genética basada en evidencias hubiera evitado las hambrunas de la URSS y China. Pero la pregunta sería ¿cuál era la mejor apuesta? La política implica decidir ante la diversidad de opiniones a partir de las premisas más sólidas posibles. No es asunto de certezas de científicos teocráticos, de filosofía de la ciencia o de devaneos epistemológicos.
Y eso es lo que se te pedía, y reitero: que obtengas los datos. Puedes no cambiar de opinión, pero no vale que sustentes la que tienes en afirmaciones demostrablemente erróneas, cuando hay datos más certeros aquí y ahora, claro que de modo provisional y contingente.
Otro caso que ocasionó una cantidad de muertes desconocida pero que se calcula elevadísima fue el del gobierno de Thabo Mbeki en Sudáfrica, cuya política sobre el SIDA, encabezada por su ministra de sanidad, Manto Thsabalala-Msimang, decidió creer, contra todos los datos, que el VIH-SIDA no requería antirretrovirales para su tratamiento, sino que bastaba consumir remolacha, ajo, limón, cerveza y patatas africanas para curarse. Las políticas de sanidad en Sudáfrica entre 1999 y 2008 fueron un desastre sin paliativos.
Y probablemente la mayoría de los sudafricanos estaban de acuerdo con la máster en salud pública (título que recibió doña Manto de la Universidad de Antwerp, Bélgica). El miedo al SIDA y la desinformación han jugado un papel terrible en la pandemia.
La política no es ciencia, ni viceversa
La política es un juego impreciso de percepciones, deseos, pasiones e intereses que van mucho más allá de tu idea de que termina haciendo "lo que la gente quiera" (y que conduce a lugares donde no es deseable viajar, como las dictaduras de las mayorías). Por ello se habla incluso del arte de la política, como una metáfora útil que expresa las enormes dosis de subjetividad que implican tanto la toma de posiciones ideológicas como las decisiones de los políticos cuando proponen o ejecutan leyes y disposiciones que afectan a toda una sociedad. Por ello también implica servir al bien común con el criterio suficiente como para no limitarse al asambleísmo o la demagogia. La política también requiere audacia y buena fe.
Un último punto abusando de tu paciencia (pero mejor ahora y no cuando estés viajando todas las semanas a Bruselas y aprendiendo los detalles de tu nueva profesión). Quizás ya desesperado al ver cómo tus palabras formaban un súbito tsunami a tu alrededor, alguien te preguntaba si la homeopatía sería aceptable "si la gente la votara", y expresaste de la siguiente manera tu desprecio por el asunto:
La respuesta, Pablo, es no, no es "el problema". Nada es "el problema". Pero los políticos tienen la responsabilidad de atender a todos los problemas, no atender únicamente a su percepción de cuál es "el problema".
Los problemas son muchos. La anticiencia, que primero denunciabas para luego satanizar a algunos adoptando su discurso más facilón, es uno de los problemas. Y los problemas, en política, no se pueden aislar como en un laboratorio para dejar una sola variable en acción controlando las demás. Están interrelacionados. Que la gente crea que el agua azucarada es medicina se relaciona con su rechazo a la medicina, su suspicacia ante la ciencia, creencias de salud perjudiciales e, incluso, desinterés cuando un gobierno le mete un hachazo brutal a los presupuestos de investigación científica, cortando a la mitad proyectos prometedores y echando del país a investigadores que tú y yo conocemos, igual físicos que inmunólogos y demás. Parte de ello redundará en una transferencia de recursos a otros países que incide también en la pobreza.
No hay un solo problema y no hay una sola solución. El simplismo no es una aproximación política deseable. Aunque sea cómodo. Es razonable que dediques más atención a los problemas más sensibles y grandes, pero ello no justifica despreciar los demás.
Por último, la sorpresa que te ha producido lo acontecido en los últimos dos días, me sugiere que quizás no habías pensado que serías visto como político y sometido al mismo escrutinio que ejercemos sobre los demás. La ilusión de unanimidad que puedan haber tenido en Podemos, reforzada por unos resultados electorales sorprendentes, oscureció quizá esta consideración. Espero que pronto comprendas que los ciudadanos no te van a tener más consideraciones que a Rita Barberá, a Gaspar Llamazares o a Beatriz Talegón. Tú representas a los ciudadanos, te pagan, la responsabilidad es tuya y ellos no suelen considerar (y con razón) que tengan responsabilidades hacia ti.
Bienvenido a la política.