Debe reunir primero sus herramientas. 1. Saliva, mucha. Piense en limones. Piense en limones con sal. Piense en una ensalada con vinagre suficiente como para marchitar rosas a seis pasos. 2. Unas cuerdas vocales a prueba de ácido sulfúrico. Prepárese cantando metal sinfónico a volumen máximo unos meses, cuando menos, salvo que lleve más de 20 años dando mitines cada tres días. 3. Un rostro de cuando menos clasificación 9 en la escala de dureza de Mohs (10 es el diamante) aunque si se fija bien, los maestros del hágalo usted mismo tienen cara como para tallar diamante, es decir, del 11 para arriba. 4. Dos amigos que le ayuden, uno para comenzar los aplausos animando a las masas y otro para poner quietos a los revoltosos. 5. Un micrófono. Aunque los profesionales pueden montar este mueble sin micrófono, porque alcanzan con la voz desnuda más decibelios que una Harley Davidson desbocada, no se confíe. Micrófono y un técnico de sonido al cual pedirle que suba y suba el volumen hasta que suene ese pitido molesto que indica que los enemigos del pueblo lo están saboteando porque le tienen miedo a su modesto, humilde y sencillo liderazgo internacional de estadista que marca la historia. 6. El dedo.
Con sus herramientas listas, puede comenzar.
Cabrearse es impactante. El propio Leo Buscaglia, que hablaba de amor y bondad, podía ser acojonante con el gesto adecuado. Practique, practique, practique. |
Por ejemplo, puede denunciar el descuido del patrimonio arquitectónico, la brutal conquista de América, la ley Gallardón, los crímenes cometidos por la república francesa contra la comuna de París (no se preocupe si en el siguiente párrafo se declara republicano, nadie se va a dar cuenta), las preferentes, la pederastia de los curas católicos, el saqueo de Persépolis a cargo de las tropas de Alejandro Magno, el calentamiento global, Eurovegas, la privatización de la sanidad española, las torturas del pinochetismo, Disneyland, el hambre en África, el reggaeton, la inequidad fiscal, la deuda externa, el tráfico de armas, los trabajadores malpagados del Tercer Mundo, las limitaciones al aborto libre, la deuda interna, los porrazos de la policía a manifestantes pacíficos o ciudadanos que pasaban por ahí y les han dado cera por si acaso simpatizaran con algún rojeras, la esclavitud en Estados Unidos, la monarquía española, la ocupación de los territorios palestinos, los terratenientes, Monsanto, el sistema D'Hondt, la democracia representativa, la homofobia, Ángela Merkel, la inquisición, la democracia directa, el sistema de partidos (aunque usted esté armando el suyo, tampoco se van a dar cuenta), la represión del alzamiento de Espartaco, los problemas del medio ambiente, los abusos a inmigrantes, la derrota de Brasil ante Alemania, los libros de Paulo Coelho, Hiroshima, el franquismo, el aceite de colza, la publicidad engañosa, la riqueza ofensiva, la miseria más ofensiva aún, el alto precio de la electricidad, Paco Marhuenda y Alfonso Rojo, la usura, la guerra de Vietnam, la pena de muerte, Dolores de Cospedal, la cruzada contra los albigenses, la Coca-Cola, las pensiones de los políticos, los sueldos de los políticos, las corbatas de los políticos, las lluvias que destruyen cosechas, las sequías, la violencia de género, las orejas del Príncipe Carlos, la reducción en las pensiones, Telecinco, la adulteración de bebidas en los locales nocturnos, la demolición de la educación pública, la discriminación contra los gitanos, el toro de La Vega, la troika, la guerra de Irak, la cacería furtiva de rinocerontes, la connivencia del poder judicial con el legislativo y, literalmente, miles, decenas de miles de otros temas (aunque recomendamos centrarse en un par de docenas, sobre todo para que se los aprenda bien de memoria).
Demóstenes no pasó a la historia (y a mejor vida) por ciencia infusa. Practicaba y practicaba. |
Porque la enorme mayoría de los seres bienpensantes y biensintientes de este país y este mundo estarán de acuerdo con usted en que tales cosas no deberían pasar, y que la injusticia debe ser combatida, que el dolor debe paliarse, que los derechos deben garantizarse y que es de gente decente oponerse a todo lo malo.
Es decir, de modo sencillísimo usted se gana la simpatía y la complicidad de la mayoría de quienes le escuchan, porque les gusta ver que alguien que habla tan bonito comparta su indignación. Su público concluirá que usted está con ellos, por supuesto, que le duele lo que nos duele a todos, que le indigna lo que nos indigna a todos (menos a alguno muy hijoputa), que usted es uno más de la peña de amiguetes, compañero de penurias (independientemente de sus sueldos, dato que usted se guarda pudorosamente), colega, amigo, compinche y cófrade.
Dado el primer paso, lo que sigue es, claro, demostrar que usted puede acabar con todo eso si tan sólo le dan su voto. Pregunte: ¿por qué seguimos así? y, sin dejar que nadie más responda, responda usted: Porque a la gente la manipulan y la hacen vivir con miedo, pero usted ni los quiere manipular ni les tiene miedo (convicción, dígalo con convicción y a gritos, de ser posible), sino darles el poder (eso mola cantidad, nadie le dirá "no, no quiero").
Siempre sorpréndalos diciéndoles para dónde queda el futuro. El dedo señala, puntualiza, entra y profundiza. Y rasca, que no es poco. |
El dedo, recuerde. El dedo. Usted tiene diez, pero uno es fundamental. |
En el "cómo" ni se meta. Si no, en vez de poder, naufragará. porque la realidad es el enemigo número uno para este ejercicio de do it yourself.
"El demagogo", del despiadado muralista mexicano José Clemente Orozco. |
A ésos no los quiere. Cuando la gente piensa lo que quiere, cuando cuestiona no sólo a los opresores, sino a los proyectos de salvadores salidos de debajo de una piedra, autoproclamados, autoelegidos, tan autoexaltados como Napoleón cuando se plantó a sí mismo la corona que lo convertía en emperador (él, tan republicano, tan defensor de la revolución francesa en Toulon, tan amigo de escribir panfletos revolucionarios y publicar periódicos populares antes de descubrir que él era la solución de Francia), es peligrosa. Cuando la rebeldía le exige cuentas también a la rebeldía y cuando la reflexión es barrera que impide que la exaltación sea el arma del orador encendido, las masas son difíciles de controlar, de gobernar, de dirigir, de llevar por el buen camino.
No le deje ni un resquicio a los preguntones, a los cuestionadores, a los que le pueden llamar demagogo.
Y, pese a que ganas no le faltarán, no les rompa las piernas, al menos no en público... o al menos mientras no tenga el poder. Ya después... veremos...