Cuento dos historias y por qué han resurgido estos días.
Alguna vez, calculo que allá por la década de 1980 leí una entrevista con un caballero alemán que debe haber estado por entonces alrededor de los 50 años de edad (escribo de memoria, no quiero ni hacer la búsqueda de la imagen o de la entrevista antes de escribir, para no contaminar la memoria que tengo, porque de lo que hablo es de mi memoria, no de los hechos tal como ocurrieron, que seguramente fueron un poco o un mucho distintos). El motivo era alguna efemérides de la Segunda Guerra Mundial.
El caso es que el reportaje con la foto del personaje, de respetable traje, estaba acompañada de una instantánea en blanco y negro que se remontaba al 20 de abril de 1945. Saberlo no es ninguna hazaña de memoria, era el último cumpleaños de Hitler y lo estaba celebrando, es un decir, con jóvenes de su organización juvenil, las Hitlerjügend, en la cancillería bajo asedio.
La historia contaba cómo el derrotado genocida le encargaba a esos más niños que adolescentes, junto a algunos ancianos de otra organización, la defensa final de Berlín hasta la muerte. Enviaba a esos jóvenes, jugando con su lealtad, al matadero del ejército rojo que ese mismo día comenzaba la batalla por la toma de Berlín.
En la fotografía en cuestión, Adolfo Hitler tomaba por la oreja (algo que él creía que lo igualaba al César con sus legionarios) a un niño asustado de 12 años de edad que era, por supuesto, el caballero de la entrevista. Hitler les pedía que dieran la vida en batalla y los halagaba reiteradamente.
Busco la imagen... la encuentro. Vuelvo. Es parte de la última escena que se filmó de Hitler en vida. Se suicidaría 10 días después en su búnker, sin enfrentar a los enemigos contra los cuales mandaba a esos niños.
El niño probablemente era Armin Lehrman, hombre que pasó la vida promoviendo la paz después del fin de la guerra y que obviamente no se sacrificó por su Führer. Es irrelevante para efectos de lo que cuento.
Para efectos de lo que cuento sí es relevante, en cambio, saber que la Hitlerjügend era el brazo infantil del partido nazi, englobando a todos los alemanes demasiado jóvenes como para ser miembros de pleno derecho del partido. La organización había sido creada en 1922 y constaba de tres secciones: la Hitlerjügend en sí (jóvenes de 14 a 18 años), la Deutsches Jungvolk de niños de 10 a 14 años y la Liga de Niñas Alemanas. Fue la única organización juvenil permitida en Alemania de 1933 a 1945.
Al entrar en la Jungvolk, los niños de 10 años tenían que hacer el siguiente juramento solemne sosteniendo una esquina de la bandera nazi: "En presencia de esta bandera de sangre que representa a nuestro Führer, juro dedicar todas mis energías y mi fuerza al salvador de nuestro país, Adolf Hitler. Estoy dispuesto y preparado para dar mi vida por él, lo juro por Dios".
Era, por supuesto, una organización paramilitar dedicada a una ideología.
Su nivel de manipulación, por cierto, al igual que su peculiar indumentaria, quedaron reflejados de modo agudo en el segmento "Tomorrow Belongs to Me", de la comedia musical Cabaret, que siempre me ha resultado revelador y un brillante resumen de las capacidades del populismo y la demagogia.
Para la otra historia que se me agitó en la cabeza estos días es necesario cruzar el Atlántico y llegar hasta Cuba, a San Francisco de Paula, sureste de La Habana, donde se encuentra Finca Vigía, que fue la casa de Ernest Hemingway. Allí escribió buena parte de Por quién doblan las campanas y la totalidad de El viejo y el mar. Es, como podría esperarse, un destino ineludible para cualquier escritor que pase por La Habana y, cuando fui como parte de un grupo grande de autores estadounidenses y mexicanos a los que recibían nuestros amigos cubanos, lógicamente un día nos encontramos en un autobús llegando a la mítica construcción, hoy convertida en museo dedicado al autor estadounidense.
Puedo recordar que me impresionaron especialmente, y fotografié, las tumbas de los perros de Hemingway. Era un detalle enormemente dulce por parte del brusco personaje, darle un entierro humano a sus compañeros caninos. Pero no importa lo que vimos e hicimos en la casa de Hemingway. Lo importante es que en un momento dado apareció por la casa un grupo de niños y niñas ataviados con un uniforme que yo, lo reconozco, no conocía. Era el de "los pioneros" o, más exactamente, la Organización de Pioneros "José Martí": las niñas con falda granate, los niños con pantalones granate, todos con camisas blancas y todos con un pañuelo azul, "la pañoleta" que los identifica. Después me enteraría de que la pañoleta azul identifica a los "moncadistas" (en alusión al asalto al Cuartel Moncada que hiciera Castro en 1956), niños desde los 6 años de edad o 1er grado escolar, que en el 4º grado pasan a ser "José Martí" y cambian la pañoleta por una roja que simboliza, por supuesto, la sangre de la patria.
Venía entre nuestro grupo un querido amigo mío, argentino él, exguerrillero montonero él, entrenado en Cuba él, que se emocionó profundamente al ver al grupo de niños uniformados. Se acercó a ellos y preguntó a toda voz: "¿Ustedes quieren ser como el Che?"... y los niños respondieron al unísono "¡Seremos como el Che!" Esto conmovió a mi amigo, por supuesto, como luchador revolucionario, como comunista convencido y como argentino admirador de la figura de su compatriota Ernesto Guevara, "El Che".
Yo, sin embargo, no compartía su entusiasmo. La homogeneidad de los niños me parecía escalofriante. Luego me enteraría de que los pioneros son la única organización juvenil legal en Cuba, que la pertenencia a ella es obligatoria desde los 5 o 6 años, que tiene una jerarquía y disciplina militares y que su objetivo es "Desarrollar en los pioneros el amor a la patria socialista, inculcándoles sentimientos de respeto y admiración hacia los mártires y las tradiciones revolucionarias y heroicas de nuestro pueblo; identificándolos con ellas para que le sirvan de fundamento a su conducta".
Su lema, repetido continuamente, es "¡Pioneros por el comunismo, seremos como el Che!" Eso explicaba su ágil respuesta, misma que mi amigo, por su parte, esperaba claramente evocar con su pregunta.
Por supuesto que sería injusto igualar a ambos grupos, y no lo pretendo. Ciertamente el manejo que hizo Hitler de los niños fue infinitamente más perverso y más criminal que el que se puede ver en Cuba. Pero con todas las distancias que el lector quiera y que yo asumo, ambos relatos (y otros muchos de dictadores y amados líderes, de soles de oriente y vanguardias de los trabajadores) comparten un detalle inquietante y es la instrumentalización política de la niñez.
Por eso, quizá, ambas historias se me agitaron en la memoria al ver un vídeo de campaña de Podemos para la presidencia de Aragón, que lleva como candidato a Pablo Echenique-Robba, donde una serie de niños hace valoraciones políticas que simplemente no corresponden a su edad, y que son producto de la indoctrinación y la instrumentalización.
Le he preguntado al candidato si los niños son actores pagados (que sería más legítimo) o si son hijos, hermanos, sobrinos o nietos de sus correligionarios, indoctrinados en casa o especialmente adiestrados para actuar en ese vídeo alabando al líder diciendo que es un hombre "que piensa muy bien".
Es inevitable que le traslademos a nuestros hijos, a los niños a nuestro alrededor, nuestras ideas políticas y religiosas, nuestras preferencias futbolísticas y, en lo posible, musicales y plásticas.
Pero hay una sutil diferencia entre enseñar a nuestros niños lo que pensamos e indoctrinarlos. Y hay una distancia abismal entre hacer a un niño recitar la lección política aprendida en honor a un líder, gurú o salvador, y educar a los niños en la idea de que deben enfrentarlo todo con visión crítica y cuestionadora, y que hasta nosotros, adultos arrogantes y convencidos de que tenemos la vida bajo control, podríamos estar equivocados.
Hay una diferencia entre decirle a un niño que la justicia es buena e informarle que la justicia sólo llegará de manos de este partido, de esta religión, de esta opinión, de este timonel austero pero amable.
Richard Dawkins utilizaba un ejemplo político para explicar por qué es despreciable describir a los niños como pertenecientes a una religión. Decía que los rituales de bautismo son tan absurdos como inscribir a un niño a un partido político al momento de nacer. Hablar de un niño musulmán, cristiano o budista es como hablar de un niño monárquico, liberal o socialdemócrata. Simple y llanamente, las consideraciones intelectuales y morales que es necesario realizar y sobre las que se debe reflexionar para asumir libremente una religión o una ideología política no son propias de la infancia.
La inquietud política aparece en la adolescencia, apenas, pero generalmente asume (y lo sabemos porque lo hemos vivido... todos) una posición emocional y simplista que sólo con el tiempo se asienta y asume una forma racional donde el compromiso se vuelve profundo. Lo mismo pasa con la inquietud espiritual o religiosa. Un niño explicando que "hay políticos que estafan" no está ofreciendo sus conclusiones, sino que está repitiendo lo que se le ha dicho, como el niño que repite que Cristo es el salvador, que hay que matar a los infieles o que está luchando por el comunismo (caso de los pioneritos). Los conceptos que se manejan están muy por encima de los intereses, capacidades y voluntad de quienes son utilizados como sus portavoces.
Pablo Echenique-Robba no ha respondido a mis preguntas. No me extraña, pues apenas había sido electo eurodiputado cuando decidió ignorar una carta abierta que le dirigí en este mismo blog como consecuencia de un debate que se inició en blogs y secciones de ciencia y acabó en Twitter.
Ver la instrumentalización de menores de edad para hacer la política que deben hacer los adultos, en todo caso, me provoca siempre la misma inquietud. Parece una profunda injusticia. No voy a enlazar el vídeo aquí, pero me queda la esperanza de que se trate de niños actores a los que se les ha pagado por decir cualquier cosa de la que no están convencidos.
Sería mucho menos desagradable.