31.5.15

Las revoluciones de Mack Reynolds

Hace unos días me estuve acordando de Mack Reynolds, escritor de ciencia ficción injustamente olvidado.

Dallas McCord Reynolds, escritor
que firmaba principalmente como
Mack Reynolds
Lo conocí en 1978 en la Convención Mundial de Ciencia Ficción, hicimos buenas migas y descubrí que vivía en México, en San Miguel Allende, Guanajuato, de modo que 1979 fui a hacerle una larga entrevista quedándome como huésped en su casa durante varios días, alimentado por los impresionantes platillos de su esposa Helen (responsable de la cocina de un importante hotel de la ciudad), cuyos langostinos al curry aún recuerdo 36 años después. En las comilonas, Mack me iba contando su vida como consultor de IBM y después su servicio militar en la SGM y cómo decidió convertirse en escritor en vez de volver a su trabajo anterior.

Mack hacía una ciencia ficción singular y de enorme valor que era su sello personal: la ciencia ficción socioeconómica y profundamente crítica. Su punto de partida era una visión originalmente favorable a la economía centralmente planificada del comunismo soviético que sin embargo no dejaba de ver ni los beneficios del capitalismo ni los problemas del autoritarismo y el centralismo. Me contaba cómo su padre, Verne, había sido dos veces candidato a la presidencia por el Socialist Labor Party, el más antiguo partido marxista de los Estados Unidos (que aún existe, por cierto). Mack perteneció al partido y militó en él de modo muy activo como organizador sindical y parte de la campaña presidencial de John Aiken en 1940... pero en 1958 se vio obligado a dejar el partido por su posición heterodoxa y por haber publicado el libro How To Retire Without Money (Cómo retirarse sin dinero) bajo el seudónimo de Bob Belmont, por "apoyar las afirmaciones fraudulentas de los apologistas del capitalismo, a saber, que el capitalismo ofrece incontables oportunidades a los que están 'alertas'".

Recuerdo su novela Tomorrow Might Be Different, cuya premisa era que la Unión Soviética empezaba a ganar la guerra fría inundando los Estados Unidos con productos para el consumidor baratos y de gran calidad, como cámaras fotográficas. La novela narra el contraataque estadounidense mediante la religión. La recordé mucho años después ante la fascinación que vi en Cuba por las "menudencias del mundo capitalista" que representaban algo valiosísimo para los desposeídos de la isla: pantalones vaqueros, maquillaje, zapatos, cámaras fotográficas, desodorantes... Mack se daba cuenta de lo perverso y absurdo que era que la URSS pudiera poner hombres en el espacio pero no fabricar una lavadora y una televisión decentes, ni darle de comer debidamente a su población... y lo perverso que era también que países verdaderamente ricos mantuvieran niveles de desigualdad indignantes y se pudieran dar el lujo de la pobreza.

Recuerdo otro relato donde un grupo de revolucionarios -porque Mack siempre estaba haciendo la revolución, creía que era un proceso permanente y necesario- subvertía el orden establecido vendiendo productos tan simples como jabón, pero sin marca, sin envoltura, sin colores interesantes y entregado a domicilio. Sus ofertantes eran perseguidos por la policía ya que el precio hay que ofrecían sus productos era bajísimo gracias a que se ahorraban el gasto en empaques, publicidad, comisiones de distribución y venta y otros elementos. Esto mucho antes de que existiera la profesión de plañidera del consumismo...

La visión de Mack era tan clara que le permitió prever que sobrevendrían el predominio de las tarjetas de crédito en la economía, Internet o una Europa comunitaria. No era magia, era conocer las sociedades. Y al escribir ciencia ficción se permitía audacias heterodoxas como la idea del "capitalismo del pueblo", donde la economía de libre empresa era dominada por los trabajadores como dueños de empresas privadas, o la advertencia de que el "centrismo radical" (hola, Podemos, hola Ciudadanos) podría ser una conspiración de los poderosos para volver apáticos y acríticos a los ciudadanos comunes. Era además un crítico sólido del islam, del racismo y del sexismo, como muchos pioneros de la ciencia ficción comprometida de su época.

Mack entendía algo que muchos no entienden: que el bienestar económico era sólo una parte de la satisfacción humana y que no se puede elegir entre derechos y libertades, que ambos son esenciales en una sociedad sana y justa. Por ello, en sus utopías de mundos donde ya no hay necesidades materiales, donde priva la igualdad y han desaparecido enfrentamientos como los de clase, Mack imaginaba a revolucionarios que las confrontaban para encontrar sentido a sus vidas o para romper una igualdad que resultaba injusta.

El valor de Mack para pensar distinto, para desafiar a los dogmáticos del capital y del marxismo, me hizo admirarlo y mantener una memorable amistad por correo (sí, de papel y cartero) los siguientes cuatro años, hasta que Helen me informó de su muerte, a la temprana edad de 65 años.

Ojalá se le leyera. Ahora hace más falta, incluso, que en los tiempos en los que escribía.