14.11.15

Una cultura mejor

Raif Badawi, bloguero laico de Arabia Saudí, con sus tres hijas. Ellas y su madre están a salvo en Canadá. Él, condenado
a 1000 latigazos y 10 años de cárcel por usar la palabra.
Anoche, invitado por Ateus de Catalunya mediante su presidente Albert Riba, di una charla sobre ateísmo, laicismo, materialismo, etc., en Barcelona. Cuando terminaba, y después de pedir solidaridad con Raif Badawi, víctima de la barbarie religionista en Arabia Saudita, las cosas me llevaron a terminar la charla con algo que no tenía preparado.

Lo parafrasearé y ampliaré, ya que no recuerdo las palabras exactas.

Cuando se habla de multiculturalidad y de esa equidistancia relativista que propugna el pensamiento posmoderno, yo no puedo estar de acuerdo.

Pertenezco a la cultura de la Ilustración, de la revolución científica. Una cultura que cree en la libertad y cree que todos los seres humanos tenemos derechos, los mismos derechos.

La cultura de la Ilustración, laica, democrática, progresista, no es igual que la cultura de las religiones.

La cultura de la Ilustración cambia, busca mejorar, se reevalúa, comete errores y horrores y atrocidades, pero lucha por corregirlos, los critica, los analiza, los rechaza. Es aterradora, pero mil veces menos aterradora que la de la religión.

La cultura de la Ilustración tiene un largo camino que andar en igualdad, en respeto a grupos marginados u oprimidos, como las mujeres. Ha aprendido, por ejemplo, que la esclavitud, la tortura o las ejecuciones brutales no son aceptables, que expresar las propias ideas no debe ser delito, que el pensamiento libre es un valor para la sociedad, que la educación es necesaria, que el conocimiento es un aliado, que la justicia debe ser igual para todos... y en ese proceso, cuando menos, ha andado una parte del camino que ninguna otra cultura ha andado.

La cultura de la Ilustración critica el racismo, el sexismo, la violencia, el sufrimiento, acepta que los datos nos dicen que la esclavitud es inaceptable, que la discriminación es insostenible, que humillar o decapitar a alguien por ser musulmán, budista o ateo no es un comportamiento adecuado, que no es razonable discriminar a los homosexuales, que todo mundo merece respeto a su dignidad. Y nos da la libertad de decirlo, y de criticar las guerras en las que se embarcan los líderes, y de proponer cambios, y de combatir a quienes apoyan, cometen o encubren atrocidades. Nos permite denunciar públicamente sus peores aspectos. Nos permite pedir votos para cambiarla a fondo.

Y ninguna otra cultura hace eso.

Al contrario, hoy aquí, las culturas religiosas validan la humillación de la mujer, la desigualdad económica y social, la esclavitud, la decapitación del que no cree lo que debe, la homofobia, la guerra final, el odio, la humillación, el sufrimiento, la deshumanización, la obediencia ciega, la creencia irracional, la sumisión.

Por eso, ante las culturas de las religiones, de cualquier religión, y sobre todo de las que nos resultan más cercanas... la de la Ilustración es preferible... demostrablemente, porque está consciente del mal incluso cuando está en su seno, y tiene a los disidentes que muestran y denuncian abiertamente sus peores aspectos. Es mejor, es moralmente superior, y tiene un futuro mucho más habitable para la gente.

Y si vamos a dejar atrás la cultura de la Ilustración, de las libertades, los derechos, la igualdad y la aceptación de los hechos, de los datos y del conocimiento como normas para nuestras ideas, que sea por algo mejor.


Dos horas después, cenando solo en un restaurante barcelonés, la televisión nos mostró a la BBC cuando empezaba a informar de los ataques terroristas, otra vez, en París. El París donde nacieron las ideas, la rebeldía y las convicciones de igualdad, justicia y libertad que forjaron la ilustración, que desafió a los reyes, a la iglesia, a los poderosos y las humillaciones que infligían a los más desamparados, la idea de la democracia efectiva y la soberanía del pueblo. Y muy probablemente por eso los que destruyen sin sentimiento alguno los budas de Bamiyán o el legado de Palmira, ven a París como su objetivo.

El centro de la civilización que inventó la tolerancia que ellos niegan.

Me quedo con esa civilización. Con todos sus errores, con todo lo que se puede y debe mejorar de ella. En ella lucho. Por hacerla mejor, no por destruirla. Las otras culturas, las de las religiones, son oscuridad, muerte, miedo, dolor y una profunda, profunda injusticia sin esperanza de redención.