¿Has pensado que no necesitas tantas cosas materiales para vivir y que quizás no te ayuden a ser más feliz?
Rush en concierto. |
Todas esas cosas materiales que ciertamente no necesito, me ayudan por supuesto a ser feliz. A mí y a todos los que disfrutan las cosas, experiencias, situaciones, estados, comodidades y placeres que desean y por los que trabajan.
El ascetismo es para frailes y yo no soy uno de ésos. Yo sí sería más feliz con un Lamborghini Murciélago y, sí, sería más feliz si tuviera todos los discos de Jethro Tull (alguno me falta) y, sí, sería más feliz si pudiera ir a todos los conciertos de Rush y Natalie Merchant y Laïs. Y por supuesto que sería más feliz si no debiera la hipoteca y tuviera mi casa, y una más para vacaciones, sin preocuparme por pagarlas y mantenerlas.
Un estudio de grabación de audio para promover artistas marginales con su correspondiente sello grabador me haría muy, muy feliz y me ocuparía miles de horas bien invertidas siendo feliz y promoviendo buena música. Mis libros, y los miles de libros que no puedo comprar y que si comprara no tendría tiempo para leer a menos que tuviera el dinero para poder dedicar mi tiempo a leer y no a trabajar, también me hacen feliz. Poder tener dinero para crear una fundación educativa o poder hacer otra para poner a secar a los antivacunas me haría enormemente feliz, mientras más dinero tuvieran ambas, más feliz me haría. Poder ir a las carreras de F1, a todas, en pits, sí que me gustaría. Y dinero para hacer de turista espacial... sería la felicidad absoluta, para mí... un sueño infantil... Y un telescopio grande en el techo, por supuesto.
Laïs en concierto |
El ascetismo posmoderno anticonsumista y neoprimitivista es habitualmente un viaje de culpabilidad de nenes ricos del occidente opulento que se sienten culpables de tener cosas y creen que si vivieran con los kayapó, con el pito al fresco, sin Internet, sin música, sin más opción que comer mono asado, haciendo la guerra y sin medicina científica o zapatos, encontrarían la felicidad. Y de paso esquivan la aterradora posibilidad de que quizá, sólo quizá, los kayapó encontrarían algunas rebanadas de felicidad si tuvieran asquerosos bienes materiales como viviendas con agua corriente, electricidad y retrete, vacunas para sus hijos, ropa bonita, alimentación equilibrada y la posibilidad de no morir de viejos a los 69 (aunque estos creerán que estaban mejor en 1950 cuando su esperanza de vida era de 48 años).
Lo que vendría siendo un postcolonialismo colonialista, que es enormemente cruel. Y bobo.