El sujeto ideal del régimen totalitario no es el nazi convencido ni el comunista dedicado, sino la gente para la cual ya no existe la distinción entre el hecho y la ficción, lo verdadero y lo falso.
― Hannah Arendt, Los orígenes del totalitarismo
Desde que Susana Díaz llegó a la presidencia de Andalucía, me he asombrado de la narrativa (como le llaman ahora a la historia fabricada) que la rodea. Y no porque desconozca los mecanismos de lucha de poder que hay en toda organización política (esos mecanismos que asombran, cuando conviene, a algunos que los conocen aún mejor), ni porque hubiera tenido una simpatía especial de entrada por la política andaluza. De hecho, el relato de sus adversarios (dentro y fuera del PSOE) condicionó en parte mi enfoque al análisis de su accionar político. Hasta que resultaba evidente que estábamos ante uno de esos mitos a los que somos tan afectos, y que se desmoronan en cuanto se les contrasta con la realidad.
Finalmente, la narrativa de odio que ha conformado buena parte de la imagen de Susana Díaz, construida primero desde la derecha y luego retomada alegremente por el fascismo-leninismo de Podemos para acabar siendo adoptada por algunos que en el propio PSOE han perdido totalmente la brújula, es una narrativa de desprecio a la democracia y ha derivado en una teoría de la conspiración tan descabellada que no es sostenible desde ninguna posición racional. Y que tiene implicaciones graves más allá de su partido.
Si un líder es electo por sus compañeros para encabezar un partido, se considera que es representante legítimo. Salvo si es Susana Díaz, que, nos dicen, alcanza la SG del PSOE de Andalucía por alguna mala arte mediante la cual obligó a que la votara gente que no quería votarla. Y que además nunca ha denunciado cómo fue obligada. Más poder, ni Kim Jong-un.
Si el líder mantiene la lealtad de sus compañeros, se considera que está haciendo bien su trabajo. Salvo si es Susana Díaz que, nos dicen, acude a "su poder" para mantenerse como SG pese a la voluntad de sus compañeros. Ni Putin.
Si gana unas primarias _sin oponentes_ en su comunidad porque ninguno de los otros aspirantes tiene los avales necesarios para enfrentarse a ella, uno piensa en un liderazgo sólido, con entidad y altamente representativo. Salvo si se trata de Susana Díaz, que entonces ha realizado manipulaciones casi mágicas para que fracasen los contrarios mientras que sus votantes, hipnotizados, la avalan como protagonistas de Walking Dead. Ni el PRI.
Si dicho líder gana las elecciones y lleva a su partido al gobierno de su comunidad, consideramos que ha sido fiel reflejo de la voluntad popular y un triunfo para las ideas de su partido y la forma en que las enarbola el líder. Salvo si es Susana Díaz, que según el relato común de cierta prensa, ha ganado de manera extraña y dudosa, de modo que su legitimidad como presidenta nunca es asumida. Ni Pinochet.
Si para ello el líder vence un pulso político con los peores enemigos del partido, pensaríamos que ha demostrado habilidad, capacidad y buen hacer en la lucha de las ideas y la fuerza de su partido. Salvo si es Susana Díaz, en cuyo caso se pone en duda el mecanismo de su triunfo (por ejemplo, obtener la anuencia para gobernar de un partido opositor, mismo partido opositor del que otros echaron mano sin consecuencias). Ni Goebbels.
Si ese mismo líder concita el apoyo de casi todos los demás líderes de su partido, que a su vez han sido electos como responsables territoriales y sectoriales por sus propios compañeros en sendos procesos democráticos, hablamos de un partido unido y un liderazgo sólido. Salvo si es Susana Díaz, en cuyo caso se presume una conspiración del "aparato" para la cual se debe deslegitimar implícitamente a todos los líderes electos por sus compañeros y decir al mundo que tu partido no tiene democracia interna... de las más sólidas deslealtades imaginables. Ni Luis XVI.
Si ese mismo líder, en una campaña nacional, obtiene un 10% más de avales que su más cercano competidor, consideramos que es una ventaja holgada (más hoy, cuando las elecciones se resuelven por porcentajes mínimos) y una demostración de que sus seguidores en todo el país le han dado, también, su confianza. Salvo si es Susana Díaz, porque entonces nos dicen que sus avales son ilegítimos, que quienes han firmado por ella lo han hecho obligados, presionados, robados de su voluntad, y se dice que el perdedor "sólo" tuvo 10% menos, como si fuera poca distancia. Ni Franco.
Resulta un desafío creer todo eso al mismo tiempo... y sin una sola prueba. Y resulta asombroso que algunos lo crean con tanto entusiasmo como falta de visión crítica, sobre todo dentro del partido de la propia Díaz.
Estos hechos son material de reflexión válido más allá de simpatías y antipatías personales, incluso más allá del partido al que uno pertenezca o al que vote, por costumbre o por convicción. Entra en los terrenos de lo que antes se llamaba "mentira", "manipulación", "embuste" y "desprestigio" y ahora se llama "postverdad" y "hechos alternativos". Y esa "narrativa" alternativa sirve directamente a los objetivos a los que hacía referencia Hannah Arendt en la cita que abre esta reflexión.
Sería fácil acudir a explicaciones precocinadas para el fenómeno de la narrativa de la malvada Díaz: porque es mujer, porque es andaluza, porque le tienen miedo a su liderazgo, porque es rubia... pero esos ejercicios de tertuliano bien pagado carecen de sentido. Más que preguntar por qué se ha creado esta imagen tan negativa entre quienes nunca han escuchado directamente hablar a Susana Díaz, lo primero es señalar lo extraño que resulta esta narrativa, el que existe de espaldas a la realidad y los objetivos que busca. Sobre todo en los escenarios posibles del futuro: ¿Qué pasará si Díaz gana -como es previsible- las primarias del PSOE? ¿La narración oficial será que todos los socialistas están siendo manipulados, convertidos en rehenes de a saber qué amenazas y chantajes? ¿Y si llegara a Moncloa?
¿Hasta dónde se puede denigrar a la democracia, a sus procesos y mecanismos de protección, a los votantes (cuando es más fácil decir, cuando se pierde, que los votantes son estúpidos o manipulados que asumir los propios errores), a la legitimidad que proviene del simple concepto de que la soberanía dimana del pueblo y éste la deposita en representantes mediante mecanismos electorales?
La respuesta importa... y a corto plazo.