Basta echar un ojo a lo que sabemos de historia (y cada día sabemos más) para vernos obligados a admitir que tal afirmación no es cierta. Es decir, que en todo caso los vencedores escriben una versión de la historia, pero habitualmente tal versión no soporta la prueba del tiempo, ni de los hechos, ni de los historiadores más acuciosos y menos obsequiosos con el poder.
George Orwell (seudónimo de Eric Arthur Blair) |
Quizás para entender esto haya que ir, primero que nada, a la fuente original de la pesimista afirmación, y esa fuente es George Orwell, concretamente en un artículo llamado "Revisión de la historia" (Revising History) de su columna "Como me dé la gana" (As I Please) publicada en la revista socialdemócrata Tribune el 4 de febrero de 1944. Puede leer el original aquí.
La reflexión de Orwell comienza sugiriendo que es posible hacer una historia del mundo "hasta una fecha relativamente reciente" que tuviera un parecido razonable con el curso real de los acontecimientos, que es posible un cierto grado de veracidad "siempre y cuando se admitiera que un hecho puede ser verdadero incluso si no nos gusta". De allí pasa a decir que no es posible tal cosa ahora (siendo ahora, claro, febrero de 1944, apenas se ha unificado toda la resistencia francesa, se pelea en el frente oriental y en Italia, los aliados preparan sigilosamente el Día D y en la memoria de Orwell sigue viva la Guerra Civil Española, sobre todo porque, como dice, no había cifras precisas ni relatos objetivos de lo que pasaba en ella, y lo había sentido desde 1937.
A partir de allí expresa dudas: "Si Franco fuera depuesto ¿a qué tipo de registros podrán acudir los historiadores del mañana?" Y predice que la historia consignará hechos falsos como que "había un ejército ruso considerable en España".
Batalla de Guadarrama |
El final del artículo es glorioso: "Lo verdaderamente atemorizante del totalitarismo no es que cometa 'atrocidades', sino que ataca el concepto de la verdad objetiva: afirma controlar el pasado así como el futuro". Esta sería una de las bases de la novela que quizá ya estaba conformando, Mil novecientos ochenta y cuatro, que se publicó en 1948. Pero en el artículo es más optimista, y esto suelen saltárselo los que repiten "la historia la escriben los vencedores" con la misma ignorancia con la que un niño adoctrinado repite un padrenuestro o un avemaría sin saber exactamente qué significan las palabras presuntamente mágicas que va pronunciando. Dice Orwell: "Hay alguna esperanza, por tanto, de que sobreviva el hábito mental liberal, que piensa en la verdad como algo que existe fuera de uno mismo, algo que puede descubrirse y no algo que puede inventarse al ir avanzando. Pero aún así no envidio el trabajo del historiador del futuro. ¿No es un comentario extraño sobre nuestra época que incluso las bajas de la guerra actual no se puedan calcular dentro de un rango de varios millones?"
Agudo, Orwell, sin duda. Pero, como decía el danés Karl Kristian Steincke (y no Niels Bohr, la historia nos lo confirma), "La predicción es muy difícil, especialmente cuando se refiere al futuro". Con toda su preclara inteligencia y convicción justiciera, Orwell no podía imaginarse que el historiador del futuro tendría las armas y herramientas que hoy tiene. Otras de sus preocupaciones eran simplemente asunto de falta de acceso a los datos, como las bajas de la Segunda Guerra Mundial, que hoy se cifran entre 70 millones y 85 millones, pero no porque esa historia la haya escrito un vencedor o un vencido, sino porque son los mejores cálculos que tenemos con base en la información que sobrevivió a la guerra (Wikipedia en inglés -el artículo en español sobre las bajas de la SGM es lamentable y vergonzoso- ofrece un panorama bastante amplio de ese cálculo y el porqué de su imprecisión).
Pero los tiranos, incluso los más egregios, mueren. Las tiranías, incluso las más prolongadas, se extinguen. Y sobreviven y se suman los testimonios de los personajes más pequeños, sean Julius Fučík (periodista checo cuyo Reportaje al pie de la horca se escribió en papel de fumar antes de su ejecución) o Ana Frank o Solzhenitzyn, Orwell o Francisco Boix (el fotógrafo de Mauthausen), sea Li Zhisui (el médico de Mao Zedong) o Chelsea Manning, o sean los sobrevivientes de las dictaduras suramericanas de los años 70.
Un Spitfire británico y un Henkel alemán durante la Batalla de Inglaterra. |
Puede, sí, haber varias historias. Véase como ejemplo la catarata interminable de libros sobre la guerra civil española que alimenta a la industria editorial, con visiones y opiniones de unos y otros... pero si bien las opiniones pueden ser distintas, los hechos resultan inamovibles. Hoy, cuando resulta casi trivial derribar mitos y contar lo que los tiranos de ayer no quisieron que se contara (y tenemos una certeza bastante razonable de que mañana se contará lo que los tiranos de hoy quieren ocultar), cuando los datos fluyen en saltos electrónicos imposibles de detener, es casi imposible que los vencedores escriban la historia. Aunque quieran.
Los totalitarios, sean Trump o Putin, Kim Jong-un o Lukashenko, seguirán tratando de atacar el concepto de "verdad objetiva", pero su esfuerzo es cada vez más vano y tiene fecha de caducidad más cercana. Basta que el poderoso caiga para que los relatos de la contrahistoria (si se me permite el palabro) se empiecen a desgranar. Si los vencedores escribieran LA historia, no tendríamos las historias que tenemos, las desmitificaciones que oxigenan el ambiente de cuando en cuando, la certeza de que pese al poder de la mentira, especialmente blandida como arma política, la verdad vale la pena y las más de las veces se impone. Más allá de frases tronantes como "La historia me absolverá".
Si esto significa que el buen Orwell se equivocaba, tampoco es ninguna tragedia. No existe en ningún lugar un decreto que diga que un gran escritor y luchador por las mejores causas deba ser perfecto en todas sus valoraciones de la realidad. Y algo me dice, perdón por la osadía, que mucho le habría gustado a Orwell ver las ruinas del Ministerio de la Verdad y el éxito de ventas entre los animales de la verdadera historia de la rebelión en la granja... para disgusto de Napoleón, el cerdo.