17.2.16

¿Contra quién dices que protestas?

Como defensor de la libre expresión, como crítico de la religión, como ateo militante y como hombre de izquierda, siento que resulta razonable que haga una toma de posición ante el juicio que comienza ahora contra Rita Maestre.


Boceto rápido de retrato: Maestre, 26 años, ha sido militante de grupos de los creadores y jefes de Podemos, en particular de Contrapoder, organización creada por Pablo Iglesias y con la que controlan desde hace años la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense, y de "Juventud sin futuro", uno de los colectivos organizadores del 15M. Maestre ha tenido una carrera curiosamente fulgurante en poco tiempo: de la capilla a trabajar en el Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag), consultoría política asesora del gobierno venezolano, entre otros, cuyo director es muy apreciado por el presidente de ese país y en el que han tenido actividad las cabezas visibles de Podemos. De allí, saltó a puestos de decisión en Podemos y, finalmente, a la lista electoral de "Ahora Madrid", hasta convertirse en concejala y portavoz del ayuntamiento presidido por Manuela Carmena.

Los hechos, hasta donde se conocen: el 10 de marzo de 2011, un grupo de militantes de Contrapoder recorrieron el camino entre su facultad y la Psicología, pasando el Instituto Complutense de Estudios Internacionales (ICEI) y la biblioteca de económicas, hasta llegar a la capilla católica que está en el bajo de un edificio de psicología al otro extremo del campus. Su objetivo era exigir que se cerrara la capilla, entendiendo que no tiene nada qué hacer en una universidad pagada con dinero público.


La reconstrucción de los hechos es difícil, sobre todo porque el tema fue profusamente cubierto por la prensa de derechas y religiosa, con la saña que le es característica, mientras que la prensa afín a la izquierda arcaica se dedicó más a defender a los manifestantes que considera "de los suyos" y sus acciones que a informar de qué había ocurrido realmente, así que todo testimonio y relato resulta sospechoso y escaso de hechos. Trato de separar hechos de valoraciones y reportes interesados: entre 50 y 70 personas de Contrapoder, encabezadas por unas 20 mujeres con pañuelos morados (era todavía sólo el color de la lucha feminista, Podemos no existía ni se había apropiado de él) entraron en la capilla de Psicología, interrumpieron una oración, algunas de ellas se desnudaron total o parcialmente de cintura para arriba y corearon consignas como "Vamos a quemar la Conferencia Episcopal", "Me cago en Dios, me río de la virginidad de la Vírgen María", "Menos rosarios y más bolas chinas" o "Contra el Vaticano, poder clitoriano" (son en las que coinciden varias fuentes, aunque alguna atribuye a Maestre la amenaza "Arderéis como en el 36").


Las activistas publicaron fotografías de su acción en sitios como "Fotogracción" y después exigieron que fueran borradas sin dar explicaciones. Unos días después, algunos participantes y organizadores eran detenidos por una denuncia del pseudosindicato de ultraderecha "Manos limpias" que se apoyaba en los artículos del Código Penal que tipifican delitos tan extravagantes como la "profanación" y la "ofensa de los sentimientos religiosos". 13 días después, el diario Público (que patrocina el programa "La tuerka" del grupo de Somosaguas) organizaba un chat para que se defendiera Rita Maestre, cuya carrera política se catapultó a partir de esta acción. En él dijo que se trató de una "performance; en todo caso, una acción simbólica y pacífica de protesta", se apresuró a decir que ella, en lo personal, "no participó" en la protesta y, de hecho, que la Asociación Universitaria Contrapoder en la que militaba también se deslindaba. En resumen, unas chicas que no tienen nada que ver con ningún grupo político pasaron por allí y decidieron protestar porque no tenían nada mejor qué hacer. Poco plausible, y menos al ver las fotos de unas 50 personas saliendo de la FCPS y caminando a la capilla. El juicio finalmente comienza ahora, 5 años después.

Finalmente, hace unos días, la joven política pidió una entrevista privada con el arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, a quien le presentó disculpas por su acción de hace cinco años. Astuto, el arzobispo decidió mostrarse misericordioso y perdonarla, aunque uno sospeche que su actitud es tan profundamente insincera como la de Maestre, de pronto más interesada en proteger su carrera que en promover el laicismo.

Es fácil ver que en el asunto se mezclan muchos elementos y para poderlo analizar hay que deslindar y categorizar cada uno.

Primero que nada: una capilla no tiene nada qué hacer en una universidad pública, por supuesto. Sería razonable y deseable que se emprendieran las acciones necesarias para presionar a la rectoría de la Universidad Complutense de modo que cancele las concesiones correspondientes a las capillas aún existentes. Cierto que hay alumnos católicos, pero también los habrá de otras confesiones religiosas que no tienen templos propios en la universidad. Las escuelas, y en particular las universidades, son los espacios de todo lo contrario a la religión: del pensamiento, de la crítica, del cuestionamiento libre, de la exploración del universo y del conocimiento antes que de las creencias (omito por el momento el debate de que en algunas disciplinas sociales que se estudian en las universidades esto es sólo un objetivo lejano y en modo alguno una realidad, por desgracia). No es defensible, ni siquiera históricamente, la existencia de estos espacios. Cómo conseguir que se eliminen ya es otro tema y pasa por lugares muy lejanos a la pequeña capilla.


Segundo: la libre expresión de la que hablábamos en la anterior entrada de este blog es una libertad clave en este panorama, es decir, no se debe penalizar a nadie por expresar opiniones, por ofensivas que puedan ser consideradas por otra persona. La persecución judicial -orquestada además por un grupo de la ultraderecha española- parece excesiva, absurda, revanchista y echa mano de otros de los artículos más lamentables del Código Penal, el 524 y 525 que tipifican el delito de opinión, uno de los más repugnantes para una sociedad ilustrada. Tales artículos deberían pasar a ser parte del pasado, mientras más pronto mejor, en busca de una sociedad donde la libertad de hablar sea más importante que el hecho de que alguien pueda sentirse ofendido por lo dicho. Pero derogar esos artículos es otro tema y pasa por lugares muy alejados de la pequeña capilla

Tercero: la acción de las militantes de Contrapoder es una estupidez sin sentido, una búsqueda de notoriedad para su proyecto político que no hace nada por la promoción de un estado laico y menos aún por la libre expresión. Por no decir que en lugar de ayudar a la lucha contra las creencias y la iglesia, lo que consigue es precisamente lo contrario, como se vio en el cierre de filas del catolicismo madrileño a resultas del presunto "performance" que se apresuraron en llamar "profanación" apoyados en las leyes vigentes, aunque repugnantes.

Me explico: la crítica a las iglesias, a la religión organizada y a sus efectos perniciosos, no es útil cuando se hace en un lugar donde no están ni los jerarcas religiosos ni los políticos que pueden tomar decisiones. Lo que había en esa capilla universitaria era un grupo pequeño de creyentes que se ven de pronto avasallados, invadidos, culpabilizados y humillados. Conociendo el tipo de activismo de la izquierda arcaica (de cerca, que uno nunca fue de la élite académica ni política) y viendo las fotos, no es creíble la performance pacífica, y sí es más probable la descarga de adrenalina contra una institución despreciable, la expresión de furia aunque no haya amenaza física. ¿Tiene sentido esa expresión ante un grupo de creyentes que son, lo he dicho y lo repito víctimas desde su niñez precisamente de esa religión y de las prácticas reprobables que la caracterizan? ¿Qué responsabilidad o capacidad de decisión tiene el puñado de personas que fueron público involuntario de la acción política de Contrapoder? No las tienen, por supuesto, fueron elegidas para ser la escenografía de un espectáculo público de promoción política, y poco más. Peones improvisados de una estrategia hegemónica bien diseñada por los líderes de Contrapoder, los "Cinco de Somosaguas" y su entorno.

Activista de Femen Ucrania frente a la oficina del presidente Yanukovich, protestando contra la docilidad de éste ante Rusia, 2010. (Imagen CC de Femen, via Wikimedia Commons)
Encuentro mucho más válido, valiente y valioso el activismo, mucho más brusco aún, de Femen, aunque en ocasiones me parezca muy mejorable y no lo suscriba del todo, convencido de que es sólo una forma de lucha, pero nada más, porque al menos ellas van a enfrentarse a quienes tienen responsabilidad de que las cosas sean como son: a obispos, arzobispos, al papa, a legisladores y políticos como Merkel o Putin. Pero Femen, además, no es parte de otra estrategia política superestructural de la que sea una ficha a jugarse, su objetivo es única y exclusivamente el activismo por los derechos e igualdad de la mujer, no son un grupo que vaya cambiando de causa conforme lo vaya pidiendo el vaivén cotidiano del interés público según el encabezado del día. Y además, las activistas de Femen asumen lo que hacen en lugar de excusarse con "yo sólo estaba mirando". Las grabaciones demuestran que Rita Maestre hacía algo más que mirar, participó en consignas y quitándose la camiseta, cosa que por supuesto no es ni debe ser delito, lo desagradable es la mentira por miedo a enfrentar responsabilidades personales, y en un político mucho más. Y ninguna se ha pasado aún a la política profesional.

Otro detalle, acaso un poco menos relevante: la acción se realizó en un espacio que la universidad ha concedido a la Conferencia Episcopal y que, por tanto, no puede considerarse un espacio público, y donde los responsables pueden establecer reglas que limiten la libertad de expresión. Esto lo admitimos en muchas ocasiones: hay reglas de conducta que se asumen colectivamente para mantener la lubricación social aunque impliquen moderar nuestro lenguaje o actitud. No significan renunciar a la libre expresión (porque entonces serían despreciables), sino establecer reglas comunes de acuerdo temporal en espacios bien acotados. Todo mundo tiene derecho a tocar un balón de fútbol con las manos, sería absurda una ley que encarcelara a quien lo hiciera... pero para jugar al fútbol uno tiene que aceptar las reglas que dicen que, mientras el balón esté en juego, sólo el portero lo puede tocar con las manos, los demás que lo hagan sufrirán una penalización.


Si Podemos o Contrapoder tienen un despacho, sede, edificio u oficina, sería considerado ilegítimo, incluso delictivo o al menos bastante poco elegante, que se presentaran 70 personas y entraran a una reunión de pocos integrantes del partido, ninguno dirigente, a gritarles algunos insultos poco creativos y lanzar consignas contra un liderazgo ausente por estar en total desacuerdo con la formación política y sus posicionamientos. Y más si, como en este caso, alguien se pone en la puerta para impedir que entren los manifestantes y lo aparten de un empellón (que ya no es libre expresión) como asegura el capellán que hizo con él la propia política Maestre. En ese caso, Podemos hablaría de allanamiento y de violencia contra uno de los suyos, apartado a empujones, además de una espectacular falta de respeto a las reglas del juego democrático. Los activistas de Contrapoder -no tiene sentido negar que lo son- tienen suerte de que el arzobispado, con su tradicional sed de venganza, no se decantara por esta visión para perseguirlos por faltas ya no de opinión, sino de delitos que están mucho más objetivamente tipificados.

Una y otra vez he insistido en que el ateísmo militante, la lucha por el laicismo y la crítica de la religión no se hacen, o no se deben hacer, por disfrutar la satisfacción que puede darnos sentirnos moralmente superiores, más inteligentes, más guapos, más agudos, más cultos o mejores personas que quienes rezan fervorosamente de hinojos en el banco de una iglesia. Eso no es sino mezquindad y autocomplacencia. Y es también olvidar que cualquiera de los ateos y laicistas de hoy, nosotros, a poco que nuestra historia personal fuera ligeramente distinta, podría estar allí, de rodillas, entregado, creyendo honradamente que está en manos de un poder superior, sea Jehová, Xenu o la Pacha Mama.

La militancia contra creencias y religiones se hace, sobre todo, por los creyentes, por su libertad, por su derecho a decidir, por su integridad y dignidad.



Y es allí donde, en ejercicio de su libre expresión (más o menos) y con una reivindicación más que legítima (pero que sólo asumieron un día cuando el problema es cotidiano y grave), la política profesional Rita Maestre y su grupo activista han actuado de modo moralmente cuestionable al ir al eslabón más débil de la cadena, a las víctimas, a los que ponen el dinero, la fe, la confianza, la oración y la defensa de quienes abusan de ellos. Es como ir a un orfanato a gritarle a los niños que estamos en contra del abandono infantil.

Puede ser legal, pero es profundamente imbécil, arrogante e insensible.